UNA EXPERIENCIA QUE QUEREMOS COMPARTIR,
JULIAN Y MARIA VIAJARON A SUDAFRICA Y NOS CUENTAN ESTA LINDA AVENTURA
NUESTRA AVENTURA EN SUDAFRICA
Desde el primer viaje que hicimos juntos a San Juan, con María nos propusimos visitar aquellos destinos poco explorados, conocer cosas diferentes, traer anécdotas a nuestros amigos y familiares que ninguno antes había experimentado. Claro que no es tan fácil visitar los lugares a los que va poca gente, ya que no existen muchas opciones de transporte, alojamiento y comida, como sí ofrecen los destinos más concurridos.
A partir de noviembre de 2016, LATAM comenzó a operar el vuelo a Sudáfrica y asi se convirtió en un destino accesible para esta parte del mundo.
Hace tiempo nos venía dando vueltas en la cabeza ir “de Safari”. En verdad a María, que es la más aventurera. A mi no me parecía una alternativa realizable, nada que tenga que ver con África me parecía oportuno. Lo veía lejano, caro, me imaginaba muy poca infraestructura, ni qué hablar de enfermedades. Hasta que una amiga le contó a María su experiencia haciendo un Safari en Kenia. Inmediatamente nos reunimos con ella para que nos cuente y no sólo que rebatió cada uno de los prejuicios que teníamos sobre África, sino que nos dijo que fue la mejor experiencia de viaje que jamás haya vivido.
¿Hacía falta pensarlo más?
Al día siguiente pedimos los días de vacaciones en nuestros trabajos y una semana después teníamos los pasajes Ezeiza – San Pablo – Johannesburgo. Nunca tuvimos tanta emoción antes de hacer un viaje como en esta ocasión. Íbamos a conocer África, ese lugar que, para nosotros, sólo existía en las películas y los manuales de geografía.
Cuando llegó el día del viaje, esa emoción seguía intacta. Nos adentrábamos en algo que desde chicos nos generaba intriga. Claro que la película del Rey León tenía que ver con esto, pero también las visitas a los zoológicos para ver elefantes, jirafas y cebras. Los íbamos a ver en su hábitat natural. Creo que sentíamos más emoción que cuando decidimos conocer la Gran Muralla China (ya habrá tiempo para esta historia).
El avión despegó desde Ezeiza por la tarde y con él nuestros sueños. Dos horas después estábamos aterrizando en el Aeropuerto de San Pablo, para luego de una escala de unas pocas horas, partir nuevamente para cruzar el Océano Atlántico en un vuelo nocturno que duraría 10 horas. Al ser de noche, dormimos todo el vuelo y el tiempo se nos pasó “volando”.
Cuando pusimos el primer pie en el suelo de la patria de Nelson Mandela no sabíamos que nos encontrábamos ante el día peor planificado de todos los viajes que hemos hecho. Desde el papel era una genialidad, veamos:
El Parque Nacional Kruger, se encuentra a unos 600 kilómetros de Johannesburgo. Como llegábamos a la mañana temprano y queríamos aprovechar el día, alquilamos un auto para ir hasta Phalaborwa, un pueblo que está en una de las entradas del parque (donde se fabrica el famoso licor de Amarula), dormir ahí y al día siguiente comenzar el Safari.
Lo que no planificamos es que íbamos a demorar en el aeropuerto porque no habíamos habilitado correctamente la tarjeta para extraer dinero del exterior, ni el tiempo que tomaba hacer los papeles del auto. Sí sabíamos que en Sudáfrica se conduce por la derecha, pero lógicamente no pudimos practicar.
Bueno... salvados estos inconvenientes, descubrimos que dormir no es lo mismo que descansar y en el avión difícilmente uno pueda descansar (al menos en clase turista). Por lo cual, tuvimos que hacer paradas recurrentes para tomar café y despabilarnos. Tampoco previmos el estado de las rutas y que teníamos alrededor de 70 kilómetros de montaña.
En fin, el aprendizaje del día fue que por algo existen las agencias de viajes. No sólo que lo barato puede salir caro, sino también que en lugar de disfrutar al 100%, fue un día ciclotímico de nervios-disfrute-nervios.
El parque Kruger es el más grande de Sudáfrica, tiene casi 20.000 kilómetros cuadrádos de superficie, el mismo tamaño que la provincia de Tucuman. Todo ese territorio libre de “civilización” para que los animales deambulen libremente. Sólo existen unas áreas de servicios bien distribuidas por el parque. Estas áreas, generalmente muy pequeñas, están cercadas y es posible encontrar desde oficinas con información para visitantes, estaciones de servicio, restaurantes, proveedurías, hasta cabañas que gestiona Parques Nacionales.
El tamaño del parque es muy bueno para la felicidad de los animales pero no para la ansiedad de las personas que lo visitan con la esperanza de ver los “big five” (cinco grandes). Que no son precisamente las cinco especies más grandes del parque, sino que ese mote se lo dieron los cazadores a fines del siglo XIX, ya que eran los animales más difíciles de rastrear y cazar a pie. Estos son: león, elefante, búfalo, rinoceronte y leopardo. Es importante considerar este dato porque uno puede pasarse una semana entera con distintos tipos de recorridos por el parque pero sin ver alguno de los cinco grandes.
No obstante, la experiencia no tiene desperdicio. Uno siente ingresar a un universo paralelo donde los animales son los que mandan y los humanos deben adaptarse y respetar sus hábitos. La sensación de emoción, adrenalina y suspenso propia de cualquier búsqueda es constante. Surge una suerte de competencia entre los ocupantes de los vehículos para ver quién descubre primero al siguiente animal.
Dependiendo la zona, cebras, jirafas, elefantes, impalas, aves y distintos tipos de monos, pueden verse en cantidad. Claro que los primeros avistajes de cualquier animal son muy emocionantes pero, con el correr de las horas, se van tornando habituales y uno se empieza a impacientar por ver en persona al “rey de la selva”, el león. También uno se empieza a preguntar por qué esta especie tiene el apodo de ser el mandamás de la selva, cuando en realidad no vive en ese ambiente natural, sino que su casa son las sabanas y praderas africanas.
Nuestro contacto con unos jóvenes leones fue de lo más conmovedor. Una emoción que nunca antes habíamos sentido y que fue potenciada porque se hizo esperar.
Ese día habíamos contratado una excursión de Parques Nacionales de cuatro horas al amanecer. En el paseo pudimos ver varios facóceros (parecido a un jabalí y popularmente conocido por el personaje “Pumba” de la película del Rey León), gallinas Guinea Paují, Impalas y no mucho más... realmente un fiasco. Ya estábamos volviendo al área de servicio de donde había salido la excursión hasta que, en un momento, vemos a una manada de Impalas correr desesperadamente. El guía detuvo el vehículo inmediatamente y nos pidió que estemos alertas porque seguramente había un motivo que justifique su desesperación.
Ahí es cuando vemos acercarse sigilosamente a una familia de jóvenes leones que venían persiguiendo a su desayuno. Los leones no corren más de 100 metros seguidos, por lo tanto, si el ataque no sale bien, se acercan muy despacio y tranquilos para replantear su estrategia de ataque. En ese momento fue cuando los descubrimos. Eran alrededor de seis, que pararon en el terraplén de la ruta para poder ver mejor a la distancia. Fue un excelente avistaje.
El guía nos comentaba que no es fácil tenerlos tan cerca, que generalmente los ven desde lejos. Mientras tanto nosotros estallábamos de felicidad. Tan sólo minutos atrás, estábamos tristes por creer que nos volvíamos a Argentina sin ver un león, y luego estábamos disfrutando de semejante espectáculo.
Así comenzó nuestra aventura sudafricana. Esos primeros días ya valían por todo el viaje.
Habían pasado menos de tres días, desde nuestra llegada a África, y ya pensábamos lo mismo que la amiga de María. Este viaje se había convertido en nuestra mejor experiencia de vacaciones.
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